Se ha hinchado y se ha puesto rojo. Quema al tacto. Y duele horrores. Diana masculla mientras se desinfecta el dedo gordo del pie con agua oxigenada. Ayer se clavó un vidrio mientras caminaba descalza por la playa; no le dio mucha importancia y siguió disfrutando del día. Pero parece que la herida se infectó, porque el dolor ha ido en aumento. Como respuesta, su dedo se ha inflamado.

Por la cara de Diana se puede intuir la clase de pensamientos que está dedicando en estos instantes a todo aquél que en algún momento de su vida haya tirado una botella de vidrio en la arena de la playa.
La inflamación es un mecanismo que tiene nuestro cuerpo para defenderse y reparar daños, tanto exógenos como endógenos (en el caso de Diana, el agente dañino es exógeno, ya que se trata de bacterias). Es, por lo tanto, un proceso benigno en la mayoría de los casos, pero en ocasiones puede descontrolarse y causarnos problemas. Bastante serios, de hecho. En esta entrada nos centraremos en el rol defensivo de la inflamación, tomando como ejemplo la respuesta inmune contra una infección bacteriana.